Bolaño estética de la periferia
He revisado entrevistas, escritos, foros, coloquios, tratando de encontrar un elemento que me ayude a escribir una columna. No es pan comido escribirla, más si trata de un escritor, peor si ese escritor se llama Roberto Bolaño.
Parra lo dijo, le debemos un hígado a Bolaño, el órgano relacionado con la rabia y la ira, dicen. En su regreso a Chile, el “país pasillo” como lo describe en su libro Entre paréntesis (Anagrama 2005) incomodó a la «Nueva Narrativa chilena» de entonces instalada desde el retorno a la democracia en un sitial de importancia. La nueva narrativa chilena había obtenido un relativo éxito editorial local y una incipiente incursión en el mercado editorial de España, que la invitaba a las ferias del libro; donde varias de sus estrellas conocían poco o nada de este escritor silencioso que vivía en Blanes, con su mujer y su hijo Lautaro. En efecto, Bolaño era más conocido en el mundo poético que el narrativo en el país pasillo, lo demuestra la antología que publica Aristóteles España “Poesía Chilena, la generación NN” Ed. La pata de liebre 1993, donde recoge un par de trabajos suyos “el monje” y “llegará el día” poemas que Roberto Bolaño había escrito años antes: “Llegará el día en que desde la calle te llamaran:/ chileno/ Y tú bajarás las escaleras de tres en tres/ Será de noche/ Y tus ojos por fin habrán encontrado el color/ que deseaban/ Estarás preparándote la comida o leyendo/ Estarás solo y bajarás de inmediato/ Un grito una palabra/ que será como el viento empujándote de improviso/ hacia el sueño/ Y tú bajarás las escaleras de tres en tres/ con un cuchillo en la mano/ O apretando una botella de cerveza/ y la calle estará vacía”.
Bolaño siempre tuvo una conexión muy especial con la poesía chilena antes de su regreso en gloria y majestad al país natal, aunque sin ser profeta en su tierra. El ya galardonado escritor, llega con varias novelas editadas, entre ellas, Los detectives salvajes, famosa obra que obtiene el premio Herralde de narrativa 1998, y el Rómulo Gallegos el año 1999, respectivamente. Dos premios súper codiciados por la literatura hispanoamericana y que Bolaño obtuvo sin grandes competidores, el Rómulo Gallegos fue casi unánime salvo por el voto de Ángeles Mastreta que hasta el día de hoy se arrepiente de haber elegido otra opción.
Según lo que voy encontrando, son varios son los académicos que sitúan a Bolaño como el escritor más brillante de su generación en lengua española y lo instalan entre los grandes narradores latinoamericanos como Borges, García Márquez y Cortázar; sería algo así como una renovación del boom literario. Por todo aquello Bolaño está obligado a establecer un puente con la literatura chilena, y opta por hablar de Nicanor Parra como el poeta vivo más importante de la lengua. No olvidemos que, gracias a Bolaño e Ignacio Echeverría, editor de Anagrama, la obra completa de Parra se publica en España. Habla también de Enrique Linh como el gran poeta chileno, que lo ayudó en sus años de España, recuerda su vida en México cuando la soledad y el tedio eran una constante, aun cuando se rodeó de grupos literarios como los Infrarrealistas, manifiesto mediante, que él mismo escribe junto a Bruno Montané y donde se traza la hoja de ruta de una generación de escritores latinoamericanos dispuestos a entregarlo todo por la escritura.
En rigor hay dos visitas sucesivas de Bolaño a Chile antes de su muerte el año 2003. Una ocurre en 1998 en el marco de la Feria del Libro de Santiago, la otra el año 1999 en otro contexto. Sus libros ya comenzaban a circular por el “país pasillo”, y los jóvenes se sentían más cercanos a Bolaño que a la llamada nueva narrativa chilena, donde la figura de José Donoso se alzaba como el padre de esa generación (los donositos). Bolaño les dijo que mejor se dedicaran a leer, tenía la idea de que escribir no era un ejercicio natural, más natural era leer, en ese sentido su obra es una lectura con una tradición que pasa por todas las lenguas y géneros literarios. Cuando se le preguntaba por autores latinoamericanos, él decía que Borges es la cúspide de la literatura contemporánea en lengua española, pero todos sabemos lo que Borges pensaba de nuestro idioma, para él la lengua materna era la más cercana al latín entre todas las otras romances y eso le daba cierta musicalidad para la poesía. Pero Borges leyó la mayoría de los textos en lengua inglesa, sir Borges, siendo un erudito pensaba que la lengua inglesa era superior en muchos sentidos a la española, pero ese es un tema para otra columna.
Volvamos a Bolaño, les decía que sus visitas a Chile no estuvieron exentas de polémicas, el escritor como un gran polemista. Empezando molestó mucho en el medio local que se refiriera a la nueva narrativa chilena como “los donositos”, esos escritores que salieron del famoso taller literario de la Biblioteca Nacional. Dijo que sus estructuras narrativas estaban archimanidas, súper usadas y que no servían. Carlos Franz no estaba de acuerdo, él pensaba que los hechos estéticos se repetían y que podemos volver a contar la historia de manera ordenada, sin saltos temporales, digamos; en ese sentido, el de los saltos temporales, Bolaño era un adelantado incluso a sus más cercanos como Rodrigo Fresán, Enrique Vila – Matas, Juan Villoro, escritores que lo admiraban y que sin lugar a dudas ayudaron a cimentar la obra y la vida del escritor chileno, la que hoy es traducida a muchos idiomas y estudiada como literatura canónica; la misma Patti Smith, la chica punk de los 70, lo eleva a figura tutelar de la literatura contemporánea.
El narrador y poeta Pablo Azocar que estuvo en Copiapó invitado por nosotros, cuando digo nosotros no se bien quienes éramos en ese minuto, de hecho había todo un movimiento de cosas, lo concreto es que Azocar conoció a Bolaño en ese retorno, y específicamente en una mítica cena en casa de la escritora Diamela Eltit y el político Jorge Arrate, entonces ministro de Frei. Allí estuvo compartiendo el pan y el vino.
Bolaño cuenta, en el libro «Entre paréntesis», que Diamela no lo miraba directamente a los ojos, quizás no le había caído bien o era demasiado tímida, él estaba paranoico con el tema de la seguridad pensaba que patria y libertad podía entrar en cualquier momento y asesinarlos, estaba asombrado de la franciscana austeridad de un ministro. Todo esto ocurrió dentro de la cordialidad nos cuenta Pablo Azocar: “Bolaño era un tipazo agudísimo, no hablaba de otra cosa que no fuera de literatura, cosa que a mí me agotaba un poco”. Cuando se despiden en la calle después de la cena, Bolaño narra que Pablo siempre está saliendo de Chile, pero que nunca acaba por marcharse, con la escritora Lina Meruane y Carolina, su esposa, lo ven alejarse por esa calle de algún barrio tradicional de Santiago donde antes nacieron gladiadores ilustrados.
Bolaño escribe luego en España en una revista o semanario Ajo Blanco una humorística columna que la verdad fue tomada con demasiada sensibilidad por los protagonistas, estableciendo para siempre una línea divisoria entre esas estéticas, aunque Bolaño tiene un comentario muy elogioso a la obra de Diamela Eltit, según él una de las literaturas más complejas que se escribe hoy en español.
Me entero por otro lado que Roberto Bolaño tenía la intención de hacer un libro con toda su poesía reunida en una prestigiosa editorial chilena, asunto que no se concretó entre otras cosas por este escrito en Ajo Blanco, que hirió los ánimos de una literatura chilena siempre autocomplaciente y ceñida así misma, en resumen Chile se quedo sin la poesía reunida de Bolaño.
Recuerdo que con Azocar caminamos por la calle Vallejo, el cronista, casi puedo verlo perderse por esa calle larga y angosta, como esa otra de Santiago. También hay gladiadores en Atacama, pienso, que hemos hecho algo importante por la literatura del norte, así, los que vengan, no sentirán el crudo frío de la soledad, la gran conversación está sobre la mesa.