Las cruces de un poeta conversación con Nicanor Parra

Por Cristian Muñoz L.

Las Cruces verano del 2009

El verano del 2009 conocí a Nicanor Parra en el balneario de Las Cruces, una oportunidad para obsequiarle unos libros y conversar un poco sobre literatura. Desde que llegamos a las cruces con mi familia, mi intención era poder conocer y hablar con el maestro de poemas y antipoemas, era la oportunidad para ello. Me llamó la atención que Nicanor estuviera en su casa en época de verano, cuando llegan más turistas y hay más gente que puede interrumpir su descanso, pero creo que le gustaba la gente, el habla de la gente común, el lenguaje de la tribu, esa sabiduría popular que recoge en gran parte de su trabajo poético. Su casa se puede ver desde la playa principal. Tiene dos entradas: una central y otra con escaleras de piedra, que está por detrás y da al patio donde Nicanor salía a menudo a su balcón para contemplar el océano pacífico. Fue por esa puerta que me atreví a molestar sus cavilaciones hacia lo humano y lo eterno, quizás traducía a Shakespeare, o leía poesía medieval, no lo sé, lo cierto es que me presenté frente a su puerta, y tuve la suerte de encontrarlo, se paseaba como un tigre encerrado, un tigre blanco en estado de alerta con ganas de saltar y salir corriendo tras su presa.

Aparece Nicanor

Llevaba conmigo desde luego mi edición de “Poemas y antipoemas”, la miró, yo pensaba que era una edición original, pero fue Parra quien dudó de ello. La miró de nuevo con desconfianza, ignoro que pensaba de las ediciones piratas, pero casi no me la firma, al final accedió a una dedicatoria. Aún sigo creyendo que es una edición original de editorial Universitaria.

De pronto aparece por el balcón-mirador uno de los poetas más importantes de la literatura en lengua española, el creador de los artefactos y el hombre de ciencia que hace un puente entre ambas disciplinas. Nicanor me mira desde el balcón yo le hago una seña desde la puerta, me dice adelante, y baja por una escalera lateral que da hacia el patio. Buenas tarde Don Nicanor, vengo de Copiapó y me gustaría obsequiarle unos libros. Me invita a sentarme en una banca, ahí le da de comer a sus gatos, me pasa una bolsa con comida para que le ayudé a alimentarlos. El poeta está nervioso, es el día en que llegan sus nietos desde Santiago, y él los espera con mucha ansiedad, de pronto sale Pachita, la señora que lo cuida, y hace las cosas de la casa, le pregunta por el menú, y vuele hacia el interior de la vivienda. Así que es del norte, es usted un Chungungo –me pregunta–, yo lo miro con cierto temor reverencial. Son gatos marinos del norte, me aclara. Ah, bueno, más bien soy un chango, pero no vivo en la costa, sino en el valle, respondo. Comienza a hojear mi libro sobre los naturalistas. Supongo que en su libro se nombra a Diego Portales. Sí, claro, está la parte cuando lo matan en Quillota. ¡ERRORRRRRR!, Parra siempre sabe más por viejo que por diablo. Portales muere en el cerro Barón de Valparaíso, es capturado en Quillota, me aclara. Ah, sí claro me confundí –digo–. Pero eso no es lo importante, lo importante –dice Parra– con Portales, es uno de los primeros escritores chilenos, y me habla de unas cartas donde escribe sobre la mujer chilena en términos muy duros, pero con un dejo de humor que le llamaba la atención. Me cita unas líneas de memoria, y tiene razón, están muy bien escritas. Al lado de nosotros hay una estructura que se quemó hace unos años, me dice que pensaba hacer una biblioteca, me pregunta cómo se llaman esos palos que quedaron ahí, hace como que no recuerda la palabra, me está probando, eso don Nicanor se llaman Palafitos, sííí, eso, eso, palafitos. Piensa que lo arreglará en un futuro próximo. Llevo una cámara en mi mano que no enciendo porque sé que le molestan las fotos, tengo la intención lumpen de grabarlo, sin que él se dé cuenta, actúo como un cretino turista, siento que no estoy a la altura de mi anfitrión, pero el diálogo continúa.

Esperpentia y The Clinic

Nicanor me pregunta que hago en Las Cruces, bueno, estoy de vacaciones con mi familia, le hablo sobre mi hija Mara, de 2 años. Me dice que le molesta que los adultos reten a los niños, que estén todo el tiempo regañándolos, siempre tiene en mente a sus nietos, los ama. Me cita frases de memoria que ellos le dicen, las encuentra geniales, es partidario de una educación más libre para los niños. Cuánta razón tiene. De pronto hablamos del Clinic, yo le digo, bueno usted es responsable de la estética del Clinic, eso dicen- me responde- , pero sabes no me gusta tanto como están tratando el tema de la marginalidad, prefiero Esperpentia, “ESPERPENTIA LA LLEVAAA” (hace un gesto, se lleva las manos a la boca). Me cuenta que es una revista digital que hacen unos poetas de Santiago, Maximiliano Díaz Santelices y Sergio Sarmiento, que también hicieron una revista en papel llamada Esperpentia que contó con el apoyo del fondo del libro, una revista de gran factura literaria, pero que tuvo la osadía de criticar a Paulina Urrutia, entonces ministra de cultura, en su primera editorial, cuento corto la revista no obtuvo más financiamiento. Además, estos poetas editaron

un puñado de autores bajo el mismo sello. Por accidente se enciende la cámara, Nicanor se da cuenta, a ver a ver a ver, es usted un paparazi, cogotero, entonces se para de la silla y empuña sus manos, yo me doy cuenta que todo se fue al carajo, me da risa verlo como un boxeador, no creo que le haya infundido miedo como para pegarme, pero fue un acto onda chapulín colorado. Apago la cámara, le pido disculpa y se calma, saco mi libro de Poemas y antipoemas, le pido que me lo firme, me pide lápiz, no tengo, ahhh su dedicatoria tendrá que esperar, me dice; por favor maestro, sube la escalera, tiene 96 años está entero, lúcido y sigue siendo el gran poeta que es:

¡Cristián! Gracias x tus libros!

atentamente Nicanor Parra 2009.

Las +++.

La despedida

Bueno, mi amigo la conversación tendrá que terminar, pero antes de despacharme por ese túnel del tiempo me pide que le lea un texto de mi poemario “Nací para robar rosas de las avenidas de la muerte”. Se para junto a la puerta y se esconde un poco para escuchar… Muchas gracias Cristián por tu lectura. Esta vez me va a dejar a la puerta donde está estacionado su Volkswagen, Saludos a Mara es lo último que me dice. Ahora que Parra murió, no puedo dejar de reflexionar sobre ese encuentro en el Gólgota, esa tercera cruz que faltaba donde el mar es testigo de la creación de una buena parte, quizás la más importante, de la poesía chilena de todos los tiempos. Nicanor Parra vive en esa pizarra negra que es el cielo nocturno de las cruces.