Las Tencas y el Vampiro
por Cris Moel
Ilustración Jason Chan
El señor Darwin despertó en la madrugada al escuchar unos ruidos provenientes del Aromo que había fuera de su casa. Decir que despertó, es un decir, porque hacía varios años que el señor Darwin no dormía como la gente, más bien dormitaba a intervalos e intermitencias. Se pasaba las noches desvelado leyendo libros, o simplemente contemplando sus pensamientos. A sus 48 años no pensaba en proyectos futuros, ni se programaba demasiado, había aprendido que la vida era mejor cuando no se tenía ambiciones. Aquella madrugada el ruido de una tenca – pájaro solitario y territorial- lo sacudió de su cama. Por un momento se quedó contemplando el canto del ave, su curiosidad lo impulsaba a querer descifrar si en aquellos sonidos había algún misterio escondido.
Hacía varias noches que esa ave se había apostado en el Aromo, y puntualmente a las 4 am comenzaba su rutina de gorjeos y trinos, cantos bellísimos que solo una tenca podía emitir. El señor Darwin quería averiguar si esas señales sonoras tenían alguna explicación o algún giro semántico. Para ello había elaborado varias teorías.
Creía que se trataba de un llamado de auxilio, tenía la firme convicción que había sido abandonada o abandonado, pues no sabía su sexo. Lo que sí sabía, y estaba completamente seguro, es que las tencas eran aves migratorias que por lo general se quedaban con una pareja toda la vida, lo que se conoce como aves monógamas.
Construían sus nidos en arbustos o árboles en zonas bajas de la precordillera, y en primavera incluso llegaban a las ciudades. Para ello buscaban ramitas y hojas secas, sus nidos eran circulares y perfectos de una arquitectura prolija para ser pájaros tan pequeños. Ya el señor Darwin había tenido la ocasión de ver varios nidos en las distintas oleadas de tencas y sabía de lo que hablaba. Tampoco desconocía que eran aves capaces de atacar a otras e incluso a seres más grandes si de defender su territorio se trataba. Además, tenía otra teoría, pero ésta era menos posible que la anterior.
Creía que la tenca misteriosa lloraba algún duelo y cada madrugada llamaba con su canto a la cría extraviada, acá desde luego se inclinaba por la idea de que la tenca, que trinaba en su árbol, era una hembra, cosa no descartable del todo. Imaginaba un descuido de su parte y esa era la razón de esos chillidos tan matutinos que lo acompañaban en su desvelo.
Pero esa madrugada se percató de algo diferente, lo que él pensaba era un duelo o abandono, en realidad era un sistema de comunicación, cosa que le produjo una profunda decepción ya que conocía perfectamente sobre la comunicación no verbal, había estudiado a los lingüistas rusos, y eso era razón suficiente para haberlo descubierto antes. De todas formas, afinó sus sentidos y cada vez que la tenca trinaba, a lo lejos de la villa otra ave respondía con igual y mayor intensidad el mensaje, incluso ocupaba la misma entonación. Aguzó su oído para no equivocarse, pues ignoraba si ellas se podían comunicar entre distintas especies, eso no lo decían los rusos, en efecto se trataba de otra tenca, no cabía la menor duda. El señor Darwin no se había equivocado, se trataba de otra tenca refugiada en otro árbol a unos 50 metros de distancia más o menos y con la ayuda del silencio de la madrugada era imposible equivocarse. Sin duda era la misma especie, pero aún no lograba descifrar si se trataba de un cortejo, o por el contrario la tenca de su árbol le rogaba a su pareja que volviera, pensaba que era un castigo producto de su descuido o abandono del nido y que otras aves le habían comido los huevos de sus futuras avecillas.
Darwin recordó salir a regar los árboles una mañana y darse cuenta que dos aves, que en ese minuto no reconocía, estaban cortejando y construyendo un nido, cosa que lo llenó de alegría, si de algo servían los árboles era precisamente para que las aves se aparearan y pudieran prolongar su especie, también se percató que había mucha caca de pájaros en el piso.
Despejada su sospecha se levantó despacio para no despertar a su mujer. Abrió suavemente la ventana del segundo piso que daba a la calle. Quiso comprobar su hipótesis, necesita mayor fidelidad de sonido, abrió despacio y juzgó que la tenca se dio por enterada de su presencia fantasmagórica detrás de la ventana, no le importó mucho, al ave, porque al cabo de un rato continuó con sus gorjeos, ni siquiera el ladrido de los perros la interrumpían en su afán de comunicarse. El señor Darwin quedó un poco confundido, a 50 metros la otra ave le respondía, notó sí una diferencia entre el gorjeo de la noche y el trinar del ave en el día. En el día la tenca se paraba en la rama más alta del Algarrobo, el otro árbol que el señor Darwin cuidaba con esmero, y cantaba los más hermosos conciertos que un ave podía entonar, era como el Chaikovski de las aves. En cambio, en la noche era una comunicación en clave morse de pájaros, sólo ellos sabían lo que estaban comunicando en realidad. Para cuando, ya más tranquilo, y una vez dilucidado el misterio del canto, decidió volver a la cama y tratar de dormir. Entonces algo más llamó su atención, algo que estuvo ahí todo el tiempo y en lo cual no reparó.
Era una escena que producía escalofríos. Se dio cuenta que una niebla muy espesa y profunda rodeaba los árboles y el parque que tenía al frente de su casa. Debajo de esa bruma divisó una jauría de perros salvajes que lo miraban fijamente, la mayoría eran negros con ojos cafés, esa era otra de las cualidades del señor Darwin: su visión. Todo aquel panorama le pareció sobrenatural. Los perros descansaban tirados en el pasto, que, a pesar de la niebla, lucía de un verde intenso y oscuro. Sintió miedo. Pensó que ese cuadro de exposición era más bien una pesadilla que un cuadro de la naturaleza, una especie de escena demencial que solo podía estar ocurriendo en su cabeza, lugar que día y noche procuraba sumergirlo en ideas y pensamientos profundos sobre la realidad. Pensaba que el ambiente, eso que sus sentidos percibían era solo la punta del iceberg, pequeñas premoniciones. Algo no andaba bien o él se había vuelto más susceptible producto del insomnio, no lo sabemos.
El caso es que el señor Darwin ante ese raro paisaje nocturno parecido a un cuadro de Goya, definitivamente decidió cerrar la ventana y correr las cortinas, pero en ese preciso momento se escuchó un grito como del propio infierno, una voz, -¿¡qué voz!?,- era un vozarrón que provenía del otro lado de la niebla espesa. Se trataba de la voz de un gitano, reconoció su dialecto, para él incomprensible, había estudiado lingüística no idiomas, y como si no bastara con las tencas, el gitano gritaba y su voz pesada y carrasposa viajaba por las partículas de la niebla hasta dejarlo paralizado. Pensó que era una especie de maldición, ese hombre estaba maldito y de seguro se aprontaba a cometer un crimen. Creyó que las palabras del gitano existían como una especie de sortilegio que lo convocaban a su guarida, que lo maldecía por atreverse a indagar en los oscuros secretos de la madrugada, a la hora del lobo; y esa jauría de perros eran sus emisarios que lo miraban con odio. Temió por su vida.
El gitano continúo gritando, esta vez su locura era más acechante, más diabólica, ese engendro seguía maldiciendo con su gutural voz, como una voz de la mismísima Moldavia, un gitano vampiro que lo desafiaba en mitad de la noche y de la niebla.
No obstante, pese a todo ese horror intentó volver a la cama, no pudo dormir, los perros comenzaron a aullar, se armó de valor, decidió vestirse y salir a enfrentar al gitano, no sé qué pensamiento habrá atravesado su tonta cabeza, pero así lo hizo. Se caló su chaqueta larga no sin antes comprobar que el cortaplumas filoso y largo estuviera en el bolsillo, al bajar las escaleras se detuvo en la mesa y se sirvió un vaso de vino, para darse valor. Encendió un cigarro y salió a la calle. Afuera el moldavo vociferaba toda clase de abominaciones. Cruzó el parque, la tenca esta vez guardó silencio, los perros habían desaparecido, caminó unas cuadras hasta que llegó a la casa del gitano. Las luces estaban encendidas y no se veían muebles. En el patio había una hoguera encendida, el gitano se movía con una rapidez sobrenatural, tiraba las pocas cosas que había en el lugar y las rompía. Las puertas estaban rotas y las ventanas no tenían vidrios. Decidido entró. En la hoguera había una mujer empalada y un tacho con sangre producto de la hemorragia, era una técnica utilizada para matar gente en la edad media, el señor Darwin había leído al respecto, muchos vampiros morían de esta forma, pero sabía que solo podían morir si se les decapitaba, no existía otra manera de matarlos.
Debía intentar cortar la cabeza del vampiro. Decidido se abalanzó sobre el maligno; éste al verlo de una brazada lo tiro al suelo y en un dialecto moldavo lo maldijo: al naibii de nefericit te voi distruge, y se preparaba para liquidarlo. El señor Darwin se paró como pudo sacó de la chaqueta su cortaplumas y con un certero movimiento cortó parte de la yugular del inombrable . El vampiro chilló como hacen los murcielagos, tomó un palo encendido de la hoguera para defenderse, el señor Darwin habiá vuelto a caer, ya que empleó todas sus pocas fuerzas en ese certero cuchillazo. El vampiro cubrió su herida con la mano y abrió su boca en señal de ataque, entonces ocurrió algo inesperado: desde el cielo y a través de la niebla apareció una bandada de tencas que, sin dudarlo, atacaron al gitano directamente a los ojos y a la cabeza, momento que el señor Darwin aprovechó para tomar un palo en forma de estaca y clavarlo en la cervical del vampiro. El cuerpo aún oponia resistencia, pero ya no tenía ojos ni nariz, y así fue más facil decapitarlo.
Arrojó su cabeza a la hogera, la mujer empalada aun mostraba signos de vida, pero su suerte ya estaba echada.
El fuego terminó por consumir los cuerpos. Al otro día el señor Darwin despertó con un dolor en los hombros, recordaba vagamente lo sucedido.